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A las 6 y pico

frontera de madera

frontera de madera Comencé a preocuparme por la caja que había sobre la mesa hacía ya dos meses, más o menos. Era una caja de madera humilde, como las manos que la hicieron, en sus vetas se podía ver la profundidad de las arrugas de esas manos. Llevaba sobre la mesa mucho tiempo, años, y siempre había servido para lo mismo. Por alguna razón la convertí en la jubilación de un par de bolígrafos sin tinta, que por motivos de la lógica ilógica, guardé cuando ya no podían contar nada. Estos dos eran los inquilinos permanentes, pero por la caja pasaban todo tipo de papeles, caramelos de los que regalan en los aviones, paquetes de tabaco sin terminar, y un sin fin de cosas que llegan a uno, y que se quedan sin hacer ruido hasta que un buen día, cuando las vas a buscar, ya no están. Tal vez por eso había tomado cariño a los dos bolígrafos, porque habían permanecido fieles a su refugio humilde, y fieles a mí.
Pero ocurrió que un día la caja, aquella caja de madera humilde que llevaba años conmigo, tuvo el mal gusto de ponerse a hablar, y evidentemente eso me preocupó aún más... Sí, tomó la palabra con una solemnidad que me dejó sorprendido, mucho más viniendo de aquel pedazo de árbol hecho caja, que nunca había pretendido nada, y que ahora me chistaba, me preguntaba, que me recordaba sin parar que era capaz de hablar. Al principio desconfié de ella, no me ofrecía garantías su voz, era áspera y chillona cuando exigía, pero calaba hasta la sangre cuando contaba historias que a mí ya se me habían caído de la memoria. Comenzamos a hablar más y más, intentábamos tener una tarde libre, a la hora del café, para contarnos nuestras cosas, las bolas de la semana, y algún que otro pecado sin confesar. Esa tarde que teníamos a la semana, pasó a ser otra, y otra más. La caja se había convertido en mi mejor amiga, me salvaba del hastío cotidiano, llevándome con sus palabras a la seguridad de las frases que quería oír. Eran tantas las cosas que me contaba, y que yo le contaba a ella, que las historias se comenzaron a mezclar en una sola. Yo veía que su madera estaba más fresca, tenía el brillo ligero de los árboles jóvenes que asoman a la tierra tras el invierno. Esa juventud recuperada me atraía hacia ella, que cada vez estaba más presente en todo, y en todas mis cosas, hasta el punto de que comencé a vestirme de color marrón. La caja no dejaba de decirme historias en las que siempre ocurría lo que en el pasado no llegó a ocurrir. Yo no tenía ojos, ni palabras, ni alma, para nadie más que para aquella caja. Ya no quería salir a la calle, no me apetecía ver a nadie, sólo quería estar junto a ella, y quise probar a pensar como pensaría una caja. Y lo conseguí, pensé en cuadrado, vi el mundo cuadrado, y todo me cuadró desde esa perspectiva.
Ella me regaló un año de su vida en un anillo de madera, y yo el resto de la mía, en el último anillo suyo donde el mundo era frontera...

© pokit in a pocket “frontera de madera”

9 comentarios

pokito -

Gracias por pensar eso, Goreño, pero soy malo, y no duermo por las noches, sólo grito y grito...

Un abarzo, y salud

Gopreño -

Siempre voy escaso de tiempo, pero me he perdido unos minutos de relax y una agradable sensación de volver a mis fantasías de niño por no haber leído antes esta historia. Se ajusta perfectamente a lo que pienso que es tu carácter, divertido y bromista, Pokito. Un abrazo

chus -

Gracias, Octavia, Cerro, y Pakito. No os preocupéis que os mando una caja a cada uno.

salud

Paki -

qué maja la caja :)

Cerro -

Jo, ahora que lo he leído me ha molado mucho más, Chus.

Pero, ¿qué pasó con los dos bolis gastados? Cuenta, cuenta...

Cerro -

Mola, toctoctoc, mola mucho, Chus.

*Joé, ahora me robo los comentarios a mí mismo.

Octavia -

Yo quiero encontrar mi caja...

Me ha encantado.Gracias.

pokito -

Muchas gracias, white, andamos de adicción en adicción, es cierto.

salud

white -

es curioso como podemos ser adictos a la amistad,Felicidades por este nuevo relato.